소원 (Wish)
Siempre estuvo observádolo. Desde esa fría mañana de Agosto, ella siempre lo estuvo observando. Recordaba con claridad el día que lo divisó, oculta entre las rosadas hojas del manzano que jamás marchitaba. Llevaba sus botas cubiertas de barro, un abrigo largo, una bufanda tejida a mano que cubría hasta sus labios. Su nariz y sus orejas estaban rojas, haciendo juego con sus rosadas mejillas, y su oscuro cabello- que combinaba a la perfección con sus ojos color chocolate- iba cubierto de una fina capa de nieve.
A estas alturas, ya era cosa de todos los días el verle pasar, apresurado, temblando de frío por la mañana, a penas mirando de reojo el esplendoroso árbol reflejado en el lago congelado por el que pasaba. Ignoraba por completo la presencia de la joven espíritu que lo observaba desde su la copa del árbol.
-¿No te cansas de esperar su llegada todos los días? El no puede verte ¿sabes?- Le preguntó una voz a los pies de su hogar.
-¿Quién eres?- Soltó ella con su dulce vocesilla, saliendo de sus escondite- ¿Cómo sabes eso?- Preguntó, un tanto avergonzada.
-Soy el espíritu del lago, pero soy mejor conocido como “el zorro”, ya que esa es la forma que tomo cuando deambulo por el bosque.- Le sonrió con malicia el espíritu con forma de animal.- Te he estado observando desde hace tiempo,pequeña.-
Ella no pudo evitar retroceder un tanto, escondiéndose tras unas hojas. Jamás en su vida había oído hablar del espíritu del lago – mas si había oído del sauce unos cuantos rumores acerca de un zorro malicioso, pero muy poderoso.-
-¿Estás enamorada del humano, no es así?- Preguntó, una sonrisa en su rostro.- Yo puedo ayudarte a conseguirlo.
-No lo quiero.- Soltó con firmeza- No confío en ti.-
Y así pasaron los días, sin rastro alguno del astuto animal, que según los peces del lago congelado, había viajado a la montaña en busca de una posima especial. Y la pequeña espíritu del manzano siguió con su masoquista misión de verle pasar todos los días, a paso rápido, por en frente de su hogar.
Fue un día como cualquier otro, que ella logró notar como una hermosa cadena de oro blanco caía irremediablemente desde el bolsillo del pantalón de castaño, hasta el lago congelado, perdiéndose inevitablemente en las profundidades. En un principio, no le tomó mucha importancia a su hallazgo. No fue sino hasta la noche, cuando vio a su enamorado volver en busca del objeto con su rostro cargado de desespero, que decidió que tal vez era sabio investigar un poco. Siendo ella un simple espíritu, le sería posible atravesar el hielo sin problemas, sin embargo, no sería capaz de tocar la cadena.
- Quiero ayudarle.- Dijo decidida.
- No puedes, no hay forma de que puedas hacer contacto con humanos.- Le dijo el viejo sauce.-
- ¡Yo sé que tu magia es poderosa, ayúdame!- Rogó, su vocesilla temblando debido a la desesperación.
- Lo que tu buscas es violar las leyes de la naturaleza, no puedo concederte eso.-
La pobre espíritu dejó el lugar, derrotada, y se fue a esconder en lo más profundo del manzano. Estaba decepcionada, furiosa consigo misma por no poder hacer nada, por tener que limitarse a observar aquella expresión tan dolorosa en el rostro del ser amado. De pronto, el ruido de unas ramas romperse bajo los pies del manzano la alertaron.
-¿Qué te sucede, pequeña?- Preguntó aquella voz maliciosa que tan bien conocía.- En todo el tiempo que llevo observándote, jamás te había visto llorar.-
-Si vienes a burlarte de mi será mejor que te vayas, maldito zorro.- Respondió herida.
- No he venido a eso, no seas tan dura- Le dijo con fingida tristeza.- La verdad he venido a ayudarte.-
- No me interesa nada que venga de ti.- Lo cortó antes de que pudiese seguir con su idea.
- ¿Aunque te dijera que puedo lograr que saques esa cadena del lago?
La pequeña salió de su escondite, y bajó rápidamente hasta quedar frente al zorro, que sonreía sin vergüenza alguna.
- ¿Interesada?-
- ¿Cómo?- Soltó de golpe, sin pararse a pensarlo.- El Gran Sauce dijo que no se podría…-
- ¿Te dijo acaso cómo?- La pequeña se quedó en silencio- La única forma de que puedas alcanzar a tu hombres, es que te conviertas en humana. Así, podrías nadar hasta la cadena y sacarla sin problema alguno.
- Pero, el Sauce dijo que…
- El Sauce te está mintiendo porque en realidad ya está muy viejo y su magia está fallando- Le dijo de golpe.
- ¿Y entonces, quién me podría hacer humana? No hay nadie tan poderoso en este bosque, y yo realmente quiero ayudarle, aunque eso signifique dejar de ser lo que soy, dejar mi inmortalidad de lado…-
- Pequeña, yo tengo esa clase de magia. ¿No ves que puedo transformarme en un animal cuando se me place? Un humano es juego de niños- Sonrió con suficiencia- Sin embargo, serás un humano débil, el árbol aún depende de tu energía espiritual.-
- No me importa, sólo quiero ser humana y ya.-
- Como desees.-
No recordaba nada después de eso, sólo una brillante luz calipso, un extraño ardor, y luego, un indescriptible frio. Abrió sus ojos con cuidado, e instintivamente se rodeo a si misma con aquellas desconocidas extremidades llamadas brazos. Llevaba puesto un hermoso vestido de flores, rosado. Acto seguido, buscó su reflejo en el lago congelado, y se sorprendió al ver una hermosa castaña, pálida, de ojos grandes y verdes. Pero no todo es para siempre, y recordó aquello cuando el zorro pasó por entre sus piernas, y le ladró mirando en dirección hacia un pequeño orificio en el lago. ¡Allí estaba la cadena! Corrió como pudo, sin estar acostumbrada a usar las piernas, sin saber como respirar, y son pensarlo dos veces, se lanzó al agua.
- Ilusa- Sonrió el zorro.
Estaba congelada, y aquello sería obvio para cualquiera menos para ella, pues jamás en su vida sintió frío, jamás entendió que era el hielo. Le costó un mundo abrir los ojos, como también acostumbrarse a no respirar. Su primera bocanada de aire lleno sus pulmones de agua fría. Sabía que no le sería fácil, a penas y sabía moverse y esa horrible sensación de no tener aire y encima no ver nada no ayudaba en lo más mínimo. Pero a sólo dos metros se encontraba esa cadena, la pudo ver de reojo al girarse a la izquierda. Se estaba ahogando, pero ¿qué más daba? Ya estaba ahí, estaba tan cerca. Con fuerza sobre humana, logró nadar hasta las profundidades y tomar el collar.
Dos minutos pasaron y la pobre jovencita yacía tendida en el piso, bajo el árbol, el maldito zorro se había ido, negándose a darle cobijo, dejándola morir congelada y a su suerte. Estaba temblando, sus labios morados, su piel traslúcida, y su mano derecha cerrada en forma de puño sobre su pecho, con un collar apretado firmemente entre sus delgados dedos. Lo había conseguido. Y el sólo pensar en la sonrisa que se asomaría en el rostro del chico al verlo de vuelta, en como sonaría su voz al decir gracias, era todo lo que necesitaba para mantenerse despierta, alerta, expectante. Era todo lo que necesitaba para alejar el frio.
- No puedo creer que lo haya tirado.- Se quejó el chico de nariz perfecta, pasando más lento que de costumbre por el lago congelado.
- Disculpa- Dijo una voz desconocida tras el.
- ¿Qué quieres? ¿Quién es?- Inquirió molesto dándose la media vuelta, sólo para encontrarse con una linda chica, pero lo más importante, su collar colgado frente sus narices.-
- Esto es tuyo ¿verdad?- Temblando, a penas respirando.
-¡Mi cadena!- Soltó- Si es mio- Sonrió arrebatándosela sin notar lo fría que estaba la chica, ni lo delgadas que eran sus ropas mojadas- Que bueno que lo encontraste, pensé que lo había perdido para siempre.-
- Sabía que era tuyo, porque te vía pasar todos los días y yo—
Un extraño sonido la cortó.
- ¿Diga?- Dijo el chico contestando su móvil, sin siquiera poner atención a la muchacha, cuyos labios morados no podían cerrarse ya de lo partidos que estaban. – Amor, si, estoy en camino. Nos vemos.
Y se fue.
Se fue, dejándola con las palabras en la garganta, se fue sin notar el estado en el que se encontraba, se fue sin regalarme una sonrisa, sin alzar su mano, sin darle si quiera las gracias. ¿Qué haría ahora? Su corazón y su cuerpo estaban destrozados, dejados a su suerte bajo la intensa nevada. Los humanos eran crueles, eso le habían dicho cuando joven, pero no creyó. Lloró arrepentida bajo su manzano, su hermoso manzano, aquel que el joven jamás se dignó a mirar, aquel que siempre lo cubría de la nieve, le brindaba cobijo del sol en verano…
Y lloró, hasta que la nieve la cubrió por completo.
- Este fue tu deseo…-
Dijo el zorro, un dejo de arrepentimiento en su voz, al mismo tiempo que miraba el imponente manzano, y sus hojas marchitas.
0 comentarios:
Publicar un comentario