martes, 25 de noviembre de 2014

Runaway

• Entrada: #O79
• Playlist: My last breath – Evanescence

Hace días que quería plasmar esta historia. Tanto que hasta soñé con ello. Aunque a veces me sepa a recuerdo…

~ Runaway

Estaba oscuro. No funcionaba ni un solo foco ese miserable vagón. Estaba sola y el viaje parecía interminable. Nunca fui fanática de usar el metro, quizás porque los lugares cerrados me agobiaban, o tal vez porque tanta gente a mi alrededor me ponía de nervios.

Pero allí estaba, sola, triste, inexplicablemente cansada. Sentada sin intenciones de mover un músculo, en medio de un oscuro y lúgubre vagón del metro que no parecía dirigirse a ningún lado. No sé cuando tiempo pasé allí, tampoco me importaba en ese momento. No tenía apuro, no tenía hambre. A penas y sentía algo que no fuera un fuerte dolor en mis muñecas.

Recuerdo que de vez en vez era posible distinguir rostros de personas esperando en cada estación. Las puertas se abrían y cerraban, pero nadie subía. Al menos no a mi vagón. Pude ver por el rabillo del ojo como, a gotas, entraba gente al tren sin rumbo. Pude ver a mis profesores, algunos de mis compañeros, amigos, y a una señora curiosamente parecida a mi difunta bisabuela paseando un pequeño poodle por la plataforma.  Tampoco recuerdo en qué momento empezó a hacer mucho frío, ni tampoco porqué oía tanto ruido si la única alma ahí era yo.

Sentía mucho sueño, pero poco a poco el dolor desaparecía.

El tren se movía, y ya pasaba de largo toda estación habida y por haber. Juro haber visto a mi padre corriendo, como siempre, al trabajo.

Mis ojos se cerraban pesadamente, contra mi voluntad, y a penas pude distinguir una luz brillante en el fondo.

Una salida, un escape. El final del camino.

No sé porqué me sentí tan aliviada, relajada. Ahora quería cerrar los ojos y dejar que el misterioso tren me llevara hasta el final de línea. Así todo sería más fácil. No volvería a sufrir, nadie podría volver a herirme allí, estaba segura. Lo sabía.

Abrí los ojos por última vez para despedirme de todo aquello que alguna vez conocí.

Y lo ví. Su rostro se cruzó fugazmente frente a mi, pude reconocerlo de inmediato. Estaba llorando. Me levanté a pesar de lo pesado que se sentía todo mi cuerpo y pegué mis manos y rostro a la ventana. Habían sido sólo unos segundos, quizás fracción, pero supe que gritaba mi nombre.

Sólo atiné a llorar. Lo llamé también

El tren se detuvo y una horrible sensación invadió mi estómago. No eran las mariposas que siempre aparecían cuando su mirada se cruzaba con la mía y esa perfecta sonrisa suya le adornaba el rostro. Sentía ansiedad, un mareo como nunca antes, tenía miedo. Miedo a perderle, miedo a quedarme sola…A dejarlo solo.

El tren se detuvo. Y así también me detuve yo.

Dudé, temblorosa. Las puertas se abrieron invitándome a bajar. No sabía que hacer. Quería correr con el, abrazarlo y perderme en ese calor que me reconfortaba como nada más podía hacerlo. Pero si lo hacía el dolor volvería. Volvería a sentir y no estaba segura de poder soportarlo, de querer seguir aguantando. Volvería a sufrir, a llorar, volvería a escuchar las risas y las burlas, volvería a sentirme incomprendida, a ser dependiente, a fingir ser otra, volvería a ese maldito lugar, aún más oscuro que el maldito vagón, del que siempre había querido alejarme. Volvería a odiarme a mi misma.

Llamó mi nombre una vez más, y su voz era un hilo tan fino que podía cortarlo el viento. No había siquiera pensando en como reaccionar pero mi inconsciente solucionó el problema por mí, seguí mi instinto.

Puse un pie fuera.

Desperté.



Algo me dice nadie va a entender lo que quise retratar, pero no me importa, no era la idea tampoco. Sólo sentía unas inmensas ganas de descargarme.

Atte, Sayuri